El 8M del pasado año el movimiento feminista daba un nuevo y certero paso estratégico: convertir en huelga el 8M, jornada de actividades donde el movimiento feminista viene reivindicando la igualdad de oportunidades desde 1909, fecha en la que por primera vez se convocaba este día, precisamente en recuerdo a la huelga que mantuvieron un año antes las trabajadoras del textil en Chicago y Nueva York. Esta llamada a la huelga general de 2018 fue un punto de inflexión para el feminismo del Estado español y otros lugares del mundo (más de 170 países la secundaron), celebrándose por primera vez no sólo a una huelga general de trabajo, sino también a la huelga estudiantil, de cuidados y de consumo, un avance respecto al primer paro internacional que promovieron las compañeras argentinas el año anterior, bajo el grito de “Ni una menos, vivas nos queremos”.
Y, “como si nosotras paramos, se para el mundo”, tras el éxito y desborde de aquellas movilizaciones, el 8M vuelve a la carga, reintentándose e incorporando nuevos ámbitos: como la violencia o la lucha antitrracista. Reas red de redes se suma a las movilizaciones del 8M en todos el Estado, invitando a sus entidades y al resto de ciudadanía a secundarlas y sumarse a las propuestas del movimiento feminista en este día de Huelga. Y, con objeto de contribuir al debate colectivo impulsado por el movimiento feminista, del que nos consideramos parte y con el que venimos interlocutando desde hace tiempo, compartimos algunas ideas y reflexiones sobre esta huelga y sus dimensiones laboral, de cuidados y de consumo, cuestiones que no le son ajenas a la economía solidaria sino que por el contrario, atañen de manera directa a sus principales postulados y prácticas.
Otro trabajo y otra organización de los cuidados son posible
El trabajo es uno de los seis principios de la carta de la ESS, espina dorsal de la red y el movimiento, y que entendemos como elemento clave en la calidad de vida de las personas, de la comunidad y de las relaciones económicas entre la ciudadanía y los pueblos, con la pretensión de recuperar la dimensión humana, social, política, económica y cultural del trabajo. Desde este prisma, el trabajo se entiende como una actividad que debe permitir el desarrollo de las capacidades de las personas y dirigirse hacia la producción de bienes y servicios destinados a satisfacer las verdaderas necesidades de la población, entendiendo el trabajo como mucho más que un empleo o una ocupación remunerada. En este punto se produce un claro cruce con la economía feminista (EF), donde el análisis sobre el trabajo ha sido también un elemento clave desde sus inicios. Para la EF, el concepto de trabajo engloba todas las actividades humanas que sostienen la vida y no sólo aquellas que se realizan a cambio de unos ingresos y mediadas por el mercado capitalista. Por eso no es de extrañar que una de las primeras aportaciones de la EF se haya centrado en visibilizar y valorizar el trabajo doméstico.
A hora de realizar análisis económico, no sólo hemos de tener en cuenta el mercado (y de manera subsidiaria el Estado), como nos propone la economía ortodoxa, sino también los hogares y las redes sociales comunitarias, pues son muchos más los agentes que intervienen en esa generación de bienes y servicios necesarios para una buena vida. Es más, la labor de los hogares resulta clave para ello, pues son quienes organizan la distribución de estos recursos y realizan los ajustes necesarios para garantizar la vida y que se proporcionen los cuidados necesarios, incluidos los elementos más emocionales que no pueden ser obtenidos en el mercado. Y dentro de los hogares son las mujeres las que venimos proporcionando esos cuidados invisibles pero imprescindibles para el sostenimiento de la vida en nuestra economía.
Desde las teorías feministas se remarca la necesidad de entender la interacción entre estos espacios para comprender los procesos mediante los cuales generamos y distribuimos los recursos para la vida, al tiempo que se visibiliza la necesidad de identificar las relaciones de poder. Esta reconceptualización supone poner de relevancia la importancia del trabajo de cuidados así como sacar a la luz la vulnerabilidad y la interdependencia de todas las personas, visibilizándolos como somos seres necesitadas por tanto de cuidados. Por todo ello, resulta tan clave incorporar al enfoque más clásico de huelga laboral la dimensión de huelga de los cuidados, en un intento de romper con esa falsa dicotomía entre lo productivo y reproductivo tan presente en este sistema capitalista y patriarcal.
Esta ruptura es, no en vano, uno de los retos a los que nos enfrentamos desde la ESS como movimiento, y que tiene que ver con ser herederas de esa visión dicotómica de la vida de este sistema. En este sentido, encontramos en nuestras prácticas cierta lectura muy productivista de la ESS, como ocurre, por ejemplo, en proyectos como el Mercado Social que, si bien es muy potente respecto su articulación de la esfera más productiva, no suele abordar la más reproductiva en su discurso y, muchas veces, ni se tiene en cuenta a nivel operativo. Hay que reconocer, no obstante, que en los últimos años este elemento se ha empezado a trabajar, y se han dado avances importantes en nuestra concepción del Mercado Social y en su puesta en práctica. También son reseñables las aportaciones de experiencias de la ESS que están generando propuestas desmonetizadas, tratando de desmercantilizar la economía y generando espacios donde resolver necesidades sin el uso de dinero, lo que está contribuyendo a descentrar el dinero de nuestras vidas y poner las necesidades de las personas y los territorios en el centro analítico y de toma de decisiones.
Un elemento estratégico es promover procesos de transformación de nuestras organizaciones desde la perspectiva feminista. Estamos en un momento de urgencia y oportunidad para el desarrollo de estos procesos de construcción organizacional donde la igualdad de género sea una práctica real. La situación actual de crisis sistémica está haciendo que se tambaleen muchos de los principios sobre los que se asentaban nuestras sociedades, economías y formas de gobierno. Ante esto, las organizaciones que luchamos por erradicar las desigualdades y los sistemas de opresión que las generan, somos cada vez más conscientes de que no podremos transformarlo el sistema de raíz con organizaciones viejas, construidas sobre desigualdades y reproductoras de relaciones de poder de género. Las formas de militar/participar, de entender la división entre empleo y trabajo y las lógicas patriarcales que atraviesan nuestras organizaciones deben de ser cuestionadas y transformadas. En la ESS existen multitud de iniciativas y prácticas que están ensayando otras formas de hacer, de distribuir el poder y de ejercer el liderazgo, tratando de romper la relación jerárquica que existe entre lo racional-estratégico y lo relacional-emocional, etc. que están realizando aportaciones muy importantes a la construcción de una sociedad no sexista ni patriarcal.
Por un consumo que no nos consuma
El consumismo es uno de los ejes que vertebran al sistema capitalista actual, un consumo irracional, irresponsable e insostenible basado en la creación de necesidades ficticias que está llevando al agotamiento de los recursos finitos del planeta. Pero además del expolio de recursos naturales, este sistema de producción voraz se sirve de la explotación laboral de mujeres y niñas en los llamados países del sur, mano de obra muchas veces casi esclava de la que el capital extrae toda su plusvalía para producir productos consumidos en países del norte global como el nuestro. De este modo, el cuerpo de mujeres y niñas se convierten en un producto más que se explota y vende al servicio de la acumulación de riqueza y que es posible gracias a la desigualdad de género que impera a nivel mundial.
La lucha tiene que ir, por tanto, dirigida a cambiar estos modelos en los que se expolian los recursos de otros países y se abaratan los costes de producción a través de la explotación laboral, motivo por el que una huelga de consumo, como la que propone el 8M, es clave para exigir que este sistema vaya hacia un modelo que provea de condiciones dignas a las personas trabajadoras y que no siga reproduciendo el clasismo y el racismo entre otras desigualdades. Nuestro carro de la compra es un carro de combate, porque con nuestra acción de (no) consumir podemos fomentar este sistema o apoyar otras alternativas. Desde esta mirada, se cuestiona la huella ecológica, los derechos humanos y laborales, la salud de las personas, el sector empresarial y sus prácticas comerciales abusivas con determinados países, con la perspectiva feminista como eje del análisis de todas estas cuestiones. De este modo, reflexionar sobre estas desigualdades implica a su vez provocar un cambio hacia la transformación del modelo a través de una acción cotidiana como es la compra y en favor de un consumo consciente, inclusivo y feminista
Esta práctica se sustenta, además, en una serie de roles y estereotipos de género que, a través de su gran aliado: la publicidad, sostiene modelos de producción basados en la explotación laboral y la cosificación de las mujeres. El capitalismo y el patriarcado nutren todo un sistema de opresiones que se interrelacionan entre sí: raza, clase, diversidad sexual…
El patriarcado nos marca a las mujeres cómo debemos actuar, vestir, sentir y pensar y difundiendo un prototipo de belleza normativo, todo lo que se salga de lo establecido, está estigmatizado y pierde valor. En la moda se sigue reproduciendo a la mujer como un objeto, cosificando a los cuerpos, la publicidad intenta vendernos como un objeto sexual y de consumo y el neoliberalismo se vale de este mecanismo para mercantilizar nuestros cuerpos.
Además, el sistema patriarcal ha invisibilizado las labores de cuidados, relegándolas al espacio privado y asignando a las mujeres el rol de proveedoras de estas tareas desde que nacemos. Desde pequeñas nos educan para ejercer los roles mediante juegos, nos enseñan a limpiar, cocinar y comprar para nuestras familias. Este 8M decimos que “NO” a un consumo que fomenta los estereotipos y roles de género, decimos que no a la sobrecarga de tareas y a las dobles y triples jornadas.
Es necesario crear alternativas al consumo desaforado y masivo de “usar y tirar” que se extiende desde los objetos materiales hasta el cuerpo de las personas. Bajo una óptica feminista del consumo, es necesaria una reflexión crítica del consumismo actual y del concepto de economía asociado a éste que se maneja desde esferas de poder y opresión. La huelga de consumo del 8M es una gran oportunidad para repensar nuestras prácticas de consumo y ensayar alternativas. Quizás el pasado año fue la vertiente de la huelga con menos impacto y visibilidad, también por el gran éxito que tuvieron los otras convocatorias, sobre todo la laboral y estudiantil (la de cuidados es más difícil de medir en términos generales). Se debe en gran parte a la falta de experiencia y referentes en prácticas y acciones concretas que vayan más allá del Día sin compras, el Día sin sin coches o sin humo. Pero también es cierto que en 2018 hubo un importante apoyo de grupos de hombres que organizaron el avituallamiento, y que se encargaron de preparar las comidas populares en los puntos de encuentro en los barrios. Y, además de estos puntos de comida populares, para el 2019 hay propuestas de acciones para la huelga de consumo como la promoción del uso de la bicicleta como medio de transporte (incluso organizándonos en bicipiquetes) o la incorporación de eslóganes y otros materiales que denuncien la sobrexplotación del cuerpo de la mujer, la tasa rosa, entre otras.
Para reflexionar sobre esto y avanzar hacia la transformación del modelo, la Economía Solidaria para este 8M. Porque queremos una Economía que promueva un consumo inclusivo, consciente y responsable que pongan los Cuidados en el Centro y tenga la vida como eje de la actividad económica.
Porque la Economía Solidaria será feminista o no será, ¡Nosotras nos plantamos!
Comisión de Feminismos de REAS red de redes
Publicado en Píkara Magazine (06-03-2019)