Alain Caillé es profesor emérito de Sociología en la Universidad de París Ouest Nanterre La Défense. Fue cofundador del MAUSS (Mouvement Anti-utilitariste dans les sciences sociales) en 1981, y ha sido editor de la Revista MAUSS desde su fundación. En junio de 2013, Alain Caillé y Marc Humbert crearon el Manifiesto convivialista, un texto firmado por unas sesenta personalidades de todo el mundo. Es el líder del Movimiento Convivialista(www.les convivialistes.org) y del Club de convivialistas.

El proyecto europeo no nos ha hecho un soñar desde hace mucho tiempo. Llevaba dos promesas. Al trascender las fronteras de los Estados nacionales, tenía que garantizar una paz perpetua. Al crear un gran mercado, unificado por una moneda común, debía garantizar la prosperidad económica. La primera promesa puede parecer que se ha cumplido, pero ¿por cuánto tiempo? De hecho, Europa está dividida en seis o siete bloques de países, cada uno con sus propios contornos inestables e intereses profundamente divergentes. La regla de la unanimidad prohíbe todo proyecto político coherente y, por lo tanto, todo progreso concreto significativo en cualquier ámbito. Esto no es sin explicar por qué la segunda promesa apenas se ha cumplido o ya no se cumple. En ausencia de políticas económicas, financieras, sociales, técnicas, energéticas, científicas, diplomáticas y militares comunes (excepto en fragmentos), Europa está perdiendo terreno frente a los mercados y los paraísos fiscales, frente a los Estados Unidos, Rusia y las potencias emergentes, en particular China, cuyos objetivos hegemónicos ya no son un secreto. Europa no habla al mundo y ni siquiera se habla a sí misma.

Tres emergencias

Por supuesto, se podría decir que, por un lado, sólo hay una recuperación de un desequilibrio histórico temporal y, por otro, que Europa siempre ha progresado lentamente, y que hay que darle tiempo para completar las muchas formas de cooperación que ya existen en muchos ámbitos. El problema es que no nos queda absolutamente nada de tiempo, al menos por tres razones. En primer lugar, si la gente sigue apegada al euro, la ira está creciendo en toda Europa contra el deterioro de las condiciones de vida materiales y morales. Y también, quizás en primer lugar, contra el sinsentido, la ausencia de un proyecto movilizador. En segundo lugar, ha llegado el momento de promover una transición energética que ya no puede esperar. Si Europa no se dota de los fundamentos institucionales, técnicos, económicos y financieros, perderá toda su autonomía geopolítica, una autonomía que sólo puede basarse en una buena salud económica. Por último, y quizás lo más importante, como podemos ver en todo el mundo, e incluso en la Europa en la que nacieron, la adhesión a los valores democráticos -respeto del pluralismo, la dignidad humana y la libertad de pensamiento- está en constante declive. Si Europa ya no es capaz de llevar y encarnar estos valores, ¿quién lo hará por ella? Dado que el ideal democrático no es lo suficientemente fuerte en sí mismo, Europa, que pretende ser fuerte, debe asumir el reto de hacerse o volver a hacerse fuerte para defender un ideal de (re)civilización frente a las barbaridades en ascenso. 

Contornos de una República Europea

Europa creía que podía ir más allá de la forma del Estado-nación. Sin embargo, en todo el mundo, hay naciones que se afirman y se enfrentan entre sí. Y esto también es cierto dentro de la propia Europa. La razón de ello es que el marco nacional es el único hasta la fecha en el que, en las sociedades modernas, los ciudadanos se sienten solidarios entre sí, y están protegidos y tranquilos por esta solidaridad. Esta presunción de solidaridad es insustituible. Sin embargo, sería peligroso, y poco práctico, querer volver a las formas tradicionales de la nación basadas en la identidad tendenciosa imaginaria entre un pueblo, un territorio, una lengua, una cultura y una religión. ¿Cómo conciliar estas dos exigencias, la de la solidaridad y la de la diversidad, en el marco de una Europa que rompa con la negación de la nación y de la fuerza, ambas necesarias en realidad para la realización del ideal democrático? La única solución parece ser construir una meta-nación, una nación de naciones, en forma de República Europea. Esta República sería de tipo confederal para dejar el mayor margen de maniobra posible al principio de subsidiariedad. Con una Asamblea soberana y un Senado que representaría tanto a las regiones como a las organizaciones de la sociedad civil (sindicatos, ONG, asociaciones, etc.), esta República estaría gobernada por un pequeño gobierno, formado por gobiernos nacionales, responsable de aplicar los principios de la política económica, financiera, social, técnica, energética, científica, diplomática y militar común adoptada por el Parlamento. Esta estructura institucional podría complementarse con una Asamblea de ciudadanos designados por sorteo (una especie de conferencia de consenso permanente). Su función sería consultiva, pero esta asamblea tendría la facultad de someter a referéndum aquellas de sus propuestas que no hayan sido tomadas en cuenta.

Seis proyectos prioritarios

Una República Europea de este tipo tendría seis proyectos y seis razones para ser prioritarios:

– El proyecto europeo se plasmó por primera vez en una comunidad del carbón y del acero (la CECA). El primer objetivo de la República Europea sería dotarse de los medios para cumplir los objetivos fijados en la Conferencia de París y lograr una transición energética eficaz y virtuosa.

– Para que esto ocurra, debe representar un espacio económico suficientemente importante y mostrar la coherencia política suficiente para poder combatir eficazmente los paraísos fiscales y la optimización fiscal cuando su única función es enriquecer a los más ricos en detrimento de los más desfavorecidos.

– Del mismo modo, esta República debe ser lo suficientemente fuerte como para poder aplicar sus propias normas contables y legales (y no para que le sean impuestas por empresas privadas), y para garantizar el control de todos los «datos» que le conciernen. La importancia de la batalla de la Inteligencia Artificial no nos permite esperar.

– Para que la República Europea sea realmente un espacio de solidaridad y, por lo tanto, funcione como una meta-nación, debe respetar la norma de que sólo se puede generalizar la protección social más avanzada.

– Sólo una República Europea podrá responder de forma eficaz y humana a la enorme afluencia de inmigrantes que está provocando la globalización neoliberal. Del mismo modo, sólo una República Europea será capaz de hacer frente a los retos del terrorismo islámico radical.

– Por último, aunque la sostenibilidad del escudo estadounidense es problemática, es esencial contar con una verdadera defensa europea. Una defensa que será aún más eficaz si queda claro que su único objetivo es garantizar la paz mundial.

¿Quién creará o podría crear la República Europea?

El proyecto, cuyas líneas generales acaban de describirse, si bien se mantiene en el nivel de generalidad deseable en esta fase, no cuenta por el momento con el apoyo de ninguna de las fuerzas políticas existentes en Europa. Es fácil entender por qué: estas fuerzas políticas sólo existen, actuan e influyen a nivel nacional, no en absoluto a nivel de la meta-nación a realizar. Por lo tanto, este proyecto puede parecer totalmente utópico e inviable. Sin embargo, ¿tenemos que recordarles que fue uno de los padres fundadores de Europa? Un proyecto totalmente olvidado, pero más urgente que nunca. Porque los pueblos de Europa ya no tienen elección. Para unirnos, de una vez por todas, o para perecer. Dejar la historia y existir sólo en la renuncia a todo aquello en lo que creían. Europa está ahora a merced de un reto. Para reconectarse con lo que ella ha inventado, y para actualizarlo, o para desaparecer. Contribuyir a la invención de normas universalizables, convertirse en un ejemplo, o desvanecerse en el caos que se avecina. La prueba crucial que tenemos ante nosotros es la siguiente: ¿serán capaces los pueblos de Europa de ir más allá de su nacionalismo y chovinismo hacia una nación de mayor rango, o preferirán la regresión? Como mínimo, la pregunta debe formularse accediendo a la visibilidad en los medios de comunicación. No podrá serlo ni por parte de los representantes de las empresas, que están al servicio de los «mercados» (aunque a menudo sean su principal enemigo), ni, al parecer, por parte de los partidos políticos actuales, limitados a los espacios nacionales. Por lo tanto, corresponde a la sociedad civil europea, esta nebulosa informal, tan viva y proteica, de las asociaciones, las cooperativas de la economía social y solidaria y las ONG tomar el relevo. Ahora es cuando debemos crear un debate que pueda dar esperanza a los pueblos de Europa. ¿No tienen en común un pasado, demasiado a menudo asesino, pero también lleno de esplendores artísticos, técnicos, científicos y políticos (el surgimiento de la democracia moderna….)? Todavía tienen que inventar su futuro.

¿Quién sería parte interesada y constituyente de la República Europea? Todos los Estados, regiones o pueblos de Europa que lo deseen. Pero está claro que esto no podría lograrse y alcanzar un tamaño crítico sin, como mínimo, la participación de Francia y Alemania, más Italia y/o España. También es evidente que un proyecto de este tipo sólo puede ser verdaderamente significativo si es suficientemente ejemplar al menos en dos niveles: por un lado, en la preservación de los equilibrios ecológicos y, por otro, en la reinvención y revitalización de un ideal democrático.  La República Europea, que ahora debe construirse, tendrá el proyecto de fortalecer un orden mundial multilateral pacífico y equitativo. Se construirá en torno a políticas públicas comunes de bienestar colectivo, desarrolladas y evaluadas de manera participativa, con objetivos deliberados y compartidos (ecología, energía, lucha contra la desigualdad y la pobreza, etc.), y ya no como un correlato del mercado único.