Nosotros, profesores e investigadores de diferentes continentes (África, América del Norte, América Latina, Asia y Europa), que hemos trabajado durante muchos años con los actores de la economía solidaria, quisiéramos a través de este texto interrogar a las autoridades públicas y al conjunto de movimientos sociales sobre el apoyo que pueden ofrecer para esta economía emergente.

Esta economía asume propósitos sociales, ecológicos y culturales y se opone a una mayor desigualdad, al calentamiento climático y al reparto equitativo de los recursos, a la uniformidad de los comportamientos y está en favor de una mayor justicia, del reparto equitativo de los recursos y de la expresión de las diversidades. En resumen, es una economía que necesitamos para mañana, en un momento en que el agotamiento del sistema dominante se vuelve más evidente.

La ciencia económica se ha desarrollado a partir de una base epistemológica que descuida los recursos naturales, considerándolos inagotables, y selecciona el interés material individual como la única motivación humana. Esta visión creó riqueza material, pero también demostró una capacidad de destrucción sin precedentes. Ciertamente, estos efectos perversos pueden haber sido parcialmente contenidos por el estado social, cuyos méritos fueron admitidos internacionalmente en 1944 a través de la declaración de Filadelfia. Esta declaración estableció que el desarrollo económico solo podría valer la pena si estuviera al servicio del desarrollo social, lo que condujo a la implementación de formas importantes de redistribución pública. Sin embargo, el compromiso establecido entre el mercado y el estado fue desestabilizado por el consenso de Washington, que en 1989 abogó por reducir el alcance de la intervención pública, eliminar las restricciones a la inversión extranjera y la desregulación para debilitar las leyes económicas y laborales. Desde entonces, la depredación de la naturaleza y el aumento de la desigualdad se han acentuado tanto que la definición misma de economía heredada del siglo XIX fue cuestionada. Las perturbaciones engendradas por este modelo muestran su carácter obsoleto y que se deben a la ignorancia de la ecología y de lo social como un aspecto inherente a su objetivo de crecimiento ilimitado.

Los enfoques que han sido minorítarios durante mucho tiempo impugnan la asimilación entre la economía y la expansión sin fin. En los países del sur, la dinámica de la economía popular se ha analizado con mayor precisión, especialmente en los casos de África y América del Sur, y ha revelado cómo tales experiencias permiten que la mayoría de la población encuentre soluciones que combinen las actividades del mercado informal con la reciprocidad, la ayuda mutua, el reparto de la producción doméstica y del trabajo reproductivo. En los países del norte, por otro lado, la experiencia histórica de la economía social ha demostrado que las empresas no capitalistas (asociaciones, cooperativas, organizaciones mutuales, etc.) existen y persisten. Las tradiciones de la economía popular y la economía social evidencian la resistencia persistente al orden dominante y relativizan el principio de ganancia a través de la referencia a valores colectivos. Sin embargo, ninguna de estas tradiciones ha logrado impulsar una transformación de gran magnitud. Es por eso que, desde hace unas décadas, en todo el mundo, varias iniciativas han tratado de rearticular estas dos tradiciones a través de la afirmación de un deseo de cambio social. Estas iniciativas de solidaridad han sido descuidadas y desplazadas por la mayoría de los dirigentes públicos y privados. Considerados minúsculos a sus ojos, han sido degradados o mal caracterizados y asimilados a simples dispositivos precarios de inserción o como formas de negocios sociales. En resumen, son tratados como intentos filantrópicos para corregir marginalmente un sistema que permanece sin cambios.

La economía solidaria no se corresponde con esta caricatura. A menudo implementada por mujeres, que son las primeras en enfrentar el daño causado por la economía dominante, la economía solidaria existe y se impone como una búsqueda del buen vivir. Su importancia para el mañana es, por lo tanto, epistemológica. Rechaza la ruptura entre naturaleza y cultura, así como entre sujeto y objeto, que gobernó la ciencia económica de ayer y adopta, por el contrario, un enfoque relacional que reintegra el cruce del conocimiento del Sur y el Norte para pensar en sus interacciones sociales y ambientales. Presente en cada continente, la economía solidaria sugiere alternativas en plural.

En Africa, hay tradiciones de los agrupamientos de las aldeas, de gestión de los comunes como los bosques y los pozos, de mutualización de los medios materiales y de ayudas mutuas para los trabajos agrícolas (sossoaga, Djunta-mon), de sistemas circulares de ahorro (Tontines). Estas tradiciones son hoy en día ampliadas por las cooperativas agro pastorales y artesanales, por cooperativas de ahorro y de crédito, por mutuas de seguros de salud, mutuas bajo formas de bancos como la Mamda en Marruecos, por las numerosas experiencias agroecológicas en Senegal, en el Togo, en el Capo Verte o en Burkina Faso.

En América Latina, se puede mencionar, ente otras, las recuperaciones de empresas por parte de los trabajadores, las cooperativas y asociaciones agrícolas familiares, los grupos de producción y consumo agroecológico, las cooperativas de reciclaje, las monedas sociales y los servicios financieros solidàrios de los bancos comunitarios, los fondos rotatorios de crédito. En esta gran variedad de experiencias originales, las universidades públicas se distinguen por su creación de incubadoras de economía solidària.

En Asia, y más en particular en Asia del Sur, donde son más importantes la pobreza multidimensional y la desigualdad, las mujeres y los grupos marginados desarrollan muchas iniciativas comunitarias y colectivas para aumentar su capacidad de autoproducción y también su poder de actuar y su lucha por el reconocimiento. Las prácticas van de la educación alternativa para la infancia hasta la finanza ética pasando por las monedas locales complementarias, incluyendo también circuitos cortos como las asociaciones de productores y consumidores (Teikei en el Japón) u otras alianzas entre espacios urbanos y rurales.

En Europa, la economía solidària también adquiere formas muy diversas aunque presente trazos comunes: la primacía de las personas y el trabajo sobre el capital, la democràcia económica, el respeto a la naturaleza, la emancipación humana, la igualdad de sexos, y una perspectiva política de transformación social. La economía solidaria incluye la esfera productiva, el consumo, y la distribución, el ahorro y las finanzas solidarias, el aprovisionamiento energético, los servicios de proximidad y otras innovaciones ciudadanas más o menos formalizadas alrededor de las monedas alternativas, los circuitos cortos alimentarios, los huertos colectivos y los grupos de ayuda mutua.

Los ajustes al sistema existente son necesarios, pero no suficientes. Las desbordantes experiencias iniciadas en el ámbito de la economía solidaria comportan nuevas relaciones entre economía y sociedad, siendo esta considerada en sus dimensiones humanas y no humanas.

Los actores involucrados en un enfoque de economía solidaria deberían ser más escuchados. La economía que necesitamos para mañana ya está aquí, su impulso depende de su propia capacidad y del advenimiento de una nueva generación de acción pública.

Véase lxs firmantes y el texto en pdf.